Como presidente de la federación de AMPAS públicas de la provincia de Teruel me hace mucha ilusión el requerimiento para publicar en esta revista. No dudé un momento en saber que el tema sobre el que os tengo que hablar, es la escuela rural, que en una provincia como la nuestra, con un alto grado de despoblación y con unas comunicaciones un tanto desfasadas, es, a mi modo de ver, la “Cenicienta” dentro de nuestro sistema educativo.
Pero también tengo claro que no os quiero transmitir la versión amarga de esta “princesa”, y todas las carencias y deficiencias que la misma tiene. Todos los que estamos involucrados en la misma tenemos la misión de pelear y reivindicar por ella y de partirnos la cara para que cada día se modernice y disponga de más medios técnicos y sobre todo humanos.
Yo vivo relativamente alejado de la escuela rural, soy otro de los padres capitalinos, que conocen y se preocupan por solventar las cuestiones que surgen en las ciudades que tienen más de un colegio (aunque siendo en Teruel tampoco se puede decir que esto sea el acabose pues no es comparable con otras urbes españolas) y sé, a ciencia cierta, que cuando las circunstancias me obliguen a dejar de asumir este voluntariado y presidencia (que por otra parte lo hago de mil amores) al volver la vista atrás seguro que mi poso más grato habrá sido poder compartir espacios y tiempos con las familias y los profesionales de las escuelas de pueblo.
De primera mano he podido comprobar que estos micro-centros suplen cualquier tipo de carencia con ilusión, imaginación y optimismo. También he visto verdadera cooperación entre los profesionales educativos y las madres y padres, ya que entre ellos, con el paso del tiempo, se ha forjado una relación de amistad. Y lo más importante para mí, es que las relaciones sociales, tanto verticales como horizontales, tanto de niños como de adultos, están basadas en la bonhomía y sin la falta de prejuicios que tan habitualmente nos asaltan en las capitales.
Aunque pueda resultar impopular no me arredro en afirmar, y entiéndaseme en el buen sentido, que si compartiéramos tiempo y experiencia con estas gentes nos daríamos cuenta que muchos de nuestros problemas en materia educativa no son más que “caprichos”.
Os pongo un ejemplo que creo resulta muy clarificador: organizamos una charla en un pequeño pueblo que, de tan bonito, parecía un Belén. El tema a tratar era “la sexualidad y la adolescencia” y pude acompañar al técnico que iba a impartir dicha charla. Al final nos reunimos con tres madres y estuvimos casi dos horas dialogando distendidamente y retroalimentándonos con nuestros diversos puntos de vista. Para mí, desde luego, fue muy enriquecedor.
El mismo objeto de debate en mi colegio, de tres vías y más de cuatrocientos alumnos, me supuso mucha más fatiga e incluso frustración: El proyector no acaba de funcionar; cuando éste funciona, es el sonido lo que no marcha; el ponente es conocido y puede resultar sospechoso de alguna tendencia política, que hay muchas sensibilidades entre las familias y el tema a tratar es espinoso; que si alguno viene con el niño que no para de dar mal… y al final… la asistencia tampoco fue nada del otro mundo.
En definitiva, que teniendo claro, por los estudios pertinentes, que las niñas y niños que estudian en estos colegios no tienen ningún tipo de carencia ni de falta de formación en lo que a contenidos curriculares se refiere, sí que se puede decir que se han nutrido de una experiencia de vida y han interiorizado unos valores humanos que, en las ciudades, por desgracia, no hemos podido experimentar directamente.
En estos tiempos en los que nos tiran tanto los métodos innovadores, alguna vez me he permitido soñar con que se pudiera hacer un intercambio de un curso o dos de alumnos entre ambos panoramas educativos, como en los cuentos de princesas: La “escuelica Pública” (no olvidemos que estas carreteras de segunda no las transita la concertada) en la que a las niñas y niños se les enseña las minúsculas pero que los adultos deberíamos nombrarla siempre con mayúscula.
Presidente de la Junta de FAPAR-Teruel