Elena González.
Presidenta de la Fapa Miguel Virgós-CEAPA Asturias y Vicepresidenta de CEAPA
Nunca pensé que volvería a relacionarme con el mundo de la educación que abandoné conscientemente después de solo dos años de docencia en la concertada debido a sentir un gran desasosiego y desilusión al comprender que aquello nada tenía que ver con mis ideas de renovación pedagógica. Pero en este caso, la vuelta fue a otro sector, otra mirada y otra realidad que nada tenía que ver con la experiencia anterior. Ser madre te coloca en una posición privilegiada para ver cómo es realmente la educación y cómo ha evolucionado en los años que has permanecido fuera. La sorpresa es cuando te das cuenta de que solo ha cambiado el nombre de los ciclos y las titulaciones, pero en esencia, los métodos, las pedagogías y los contenidos son los mismos que 20 años antes. La formación y selección del profesorado de primaria sigue siendo el mismo e incluye a unos pocos vocacionales y la mayoría son personas en busca de trabajo que terminan en la docencia después de varios fracasos o de no alcanzar la nota de corte para otras carreras lo que limita sus posibilidades de ser buenos docentes. En secundaria, más de lo mismo, científicos frustrados la mayoría que solo ven como salida profesional la docencia, con muchos conocimientos de su especialidad y muy pocos de Pedagogía o Psicología, se enfrentan cada día a unos adolescentes a los que no conocen, no comprenden y no saben llegar puesto que carecen de las habilidades necesarias para ello. En todo este mar, tengo que reconocer que también he encontrado grandes profesionales en todos los ciclos, personas con ilusión, con conocimientos, amor a la educación, al alumnado y a la profesión. Personas que además de esforzarse mucho en su trabajo y dar mucho más de lo que reciben, tienen que enfrentarse a las críticas de sus compañeros y compañeras de oficio que no quieren que la buena docencia de unos, desenmascare su mala praxis, su falta de talento y su escaso o nulo compromiso con el mundo de la educación.
Esta situación la vas descubriendo a lo largo de los años de participar en las organizaciones y de acompañar a tu hijo en su andadura por las etapas educativas, pero los inicios son con la misma ilusión que tiene tu hijo cuando llega por primera vez a una escuela (en nuestro caso un CRA). En la primera reunión del AMPA, encontré la realidad de la participación: 1 hombre, que por supuesto era el presidente, y 12 mujeres. Se me ocurrió opinar y ya salí de esa reunión con el cargo de vicepresidenta que se convirtió en presidenta cuando ese único hombre que teníamos se adentró en la política. Desde ese día hasta hoy estoy vinculada al movimiento asociativo de las familias de la pública.
Primero fue infantil, descubrimientos mutuos, ilusión, nervios, nuevos compañeros, primeros pasos en la socialización, autoridad ajena a la familia, obligaciones nuevas y sobre todo la sensación de que estás de más, que sobras en el centro, que solo quieren que hagas chocolate en las fiestas.
En primaria la cosa empeoró. Se terminan las asambleas en clase, la diversión, las canciones. Ya son “mayores” y tienen que adquirir conocimientos. Los exámenes, los deberes y el primer estrés. Consecuencia: “NO QUIERO IR A CLASE”; “YA NO ME DIVIERTO”.
Las familias seguimos haciendo chocolate, los trajes de carnaval, organizamos la piscina y desde que se instaló la jornada continua como reivindicación laboral de los docentes, también nos encargamos de las actividades extraescolares.
Esta es la grandeza del voluntariado. No venimos a por gloria, reconocimiento ni medallas o bienes, participamos para conseguir un mundo más justo y en el que merezca la pena vivir.
El paso a secundaria supuso otro AMPA, con poca participación, las familias desmotivadas, el alumnado también y el primer contacto con los licenciados. Otro mundo que te considera menos como familia que los maestros. Algunos “saben tanto” que consideran que no podemos opinar de nada sobre su trabajo aunque se equivoquen, sean malos docentes y ayuden cada día a que nuestros hijos e hijas consideren el IES como una etapa a terminar pronto para quitársela del medio. Hay buenos docentes que entienden, educan y acompañan a nuestros hijos en su camino de formación como personas, pero desgraciadamente no son la mayoría y reconozco que el sistema no les ayuda en su labor.
En esta etapa muchas familias consideran a sus hijos e hijas mayores y no participan en las AMPAs siendo muy difícil motivarlas para que vean imprescindible su formación y así poder ayudar a sus hijos e hijas en el camino de la adolescencia. Aquí ya no se hacen chocolates aunque si recaudamos fondos, atendemos los bancos de libros y la labor del AMPA es de formación y acompañamiento a las familias. Durante esta etapa aparece el abandono escolar, eso de lo que se responsabiliza al alumnado y a las familias pero del que nunca se sienten culpables los docentes o la administración, aunque son los máximos responsables por no saber motivar, dirigir, formar y estimular a sus alumnos impartiendo unas clases aburridas, repetitivas, basadas en la memorización, con una excesiva carga de exámenes, de deberes que nos obligan a institucionalizar las clases particulares, que ahondan en las desigualdades y que intentan suplir la falta de tiempo para dar el excesivo currículo que imponen las leyes de educación. Un cúmulo de despropósitos que unidos hacen que el alumnado no logre el éxito escolar que merecen y que según dicen, va unido al éxito en la vida.
Es la etapa del “¡LO DEJO Y LO DEJO! Y SI TE EMPEÑAS, ¡LAS SUSPENDO TODAS Y YA ESTÁ!”
Si somos capaces a superar todo esto, llegamos a bachillerato. La peor etapa educativa de nuestros hijos. Aquí ya se sienten los docentes evaluados porque sus alumnos tienen que superar la PAU y supone un fracaso si hay muchos suspensos. Esto supone presión al alumnado desde el primer día, pruebas, comentarios de texto, contenidos que se deberían haber dado en cursos anteriores y se ven ahora por primera vez, esquemas que nunca se han explicado y ahora hay que hacer, ¿mapas conceptuales?…La orientación no es la adecuada y muchos alumnos tienen que cambiar de modalidad de bachillerato o simplemente aceptar su equivocación dirigiéndose hacia una carrera o una FP que no les motiva.
Es la etapa del “NO PUEDO CON ELLO, ABANDONO, ¿PARA QUÉ?, NO ME INTERESA NADA DE LO QUE ME DICEN. UNA CARRERA, ¿PARA QUE SI LUEGO NO VOY A TENER TRABAJO?, ¿MÁS COMENTARIOS DE TEXTO?, ¿FILOSOFÍA?, ¿MATEMÁTICAS DIFÍCILES? ¡ESTA OPTATIVA NO ME SIRVE PARA NADA!”
Esta es la parte “negra” del sistema educativo, parte que nos obliga a luchar todos los días para intentar cambiarlo, para que en este país haya una nueva ley de educación consensuada entre, por lo menos, los que pensamos que la educación tiene que ayudar a compensar desigualdades de origen , debe ser pública, gratuita, que aglutine, entienda y asuma lo diverso porque el mundo así lo es y que poco a poco nos acerque al tipo de sociedad que queremos, necesitamos y merecen nuestros hijos e hijas.
Pero esta parte negra descrita, no puede ocultar la mejor, la otra, la que te motiva día a día para ir al centro acompañando a tus hijos pequeños, al AMPA, a colaborar en el Consejo Escolar del colegio, a compartir los buenos momentos de ilusión con tus hijos e hijas, sus logros, el camino hacia la madurez, las charlas con sus profesores, el intercambio de experiencias con las familias, vas comprometiéndote cada vez más en la participación y llegas a la Federación, al Consejo Escolar del Instituto, a las comisiones de convivencia, de escolarización, de becas, de calendario escolar, de Formación Profesional, a los Consejos Escolares Municipales, al Consejo Escolar de la Comunidad autónoma y al final a CEAPA.
Todas las etapas son enriquecedoras y compartes el tiempo con personas magníficas, que piensan como tú o parecido y luchan también para cambiar una realidad que no nos gusta para nuestros hijos e hijas, pero la etapa final, cuando llegas a cargos directivos en una organización autonómica o nacional es la que te permite realizar alguna acción para intentar cambiar esa realidad. Llegas a las personas que ejercen la política y tienen el poder real para modificar las cosas. Participas en el juego político al máximo nivel y es cuando descubres que está en tus manos la presión para intentar conseguir nuestros objetivos, para cambiar la realidad, aunque no te escuchen como sucedió con el último gobierno, aunque hay mucha gente que sí lo hace. Ves que las familias están ahí, esperando nuestras orientaciones, comunicados, decisiones para seguir un camino u otro, para que les ayudemos en su labor con sus hijas e hijos. Esa es la parte mágica de la participación y la que te compensa de tantas horas de trabajo silencioso y que solo conocen y comparten tus compañeras y compañeros de fatigas.
Es una larga trayectoria que te familiariza con la normativa de los centros, la Autonómica y la Estatal. Una experiencia adquirida que aunque lo intentes, es imposible de trasmitir totalmente a las personas que te van a suceder. Es una experiencia personal y colectiva que te hace crecer como persona dándote más de lo que das y en la que comprendes que a pesar de todo lo malo que nos rodea, de las injusticias, de la corrupción, de la falta de solidaridad de algunos, hay una mayoría de personas honradas, solidarias, con empatía y, en general, buenas que llevarás para siempre en tu mochila de amistades.
Cuando se cierra la puerta a tus espaldas, el recuerdo de tu trabajo, de las horas empleadas en la participación, quedarán solo en tu memoria y en la de unos pocos y solo el tiempo suficiente hasta que se diluya porque estaremos inmersos en otra labor. Por la misma puerta, entrará otra madre, otro padre con la misma ilusión, que no sabrá quién eres de la misma forma que tú no conocías a nadie antes de llegar, que seguirá trabajando desde donde lo dejaste o tendrá otro estilo, pero siempre siguiendo los objetivos de la educación pública.
Al final, es cuando descubres realmente, aunque ya lo pensabas, que nadie es imprescindible y que antes y después de ti, otros padres, otras madres anduvieron y andarán el mismo camino luchando por un mundo mejor para sus hijos, para los hijos e hijas de todos. Esta es la grandeza del voluntariado a diferencia de la política. No venimos a por gloria, reconocimiento ni medallas o bienes, participamos para conseguir un mundo más justo y en el que merezca la pena vivir.