Asociación CONVIVES
Si un padre o una madre viera que van avanzando los meses, o que incluso pasa un curso y otro y su hijo o hija no han aprendido todavía a leer o a hacer las operaciones matemáticas básicas, acudiría a presentar sus quejas ante la dirección del centro, la inspección o la autoridad educativa. Padres y madres estamos muy preocupados por el avance cognitivo y el dominio de nuevos saberes por parte de nuestros hijos e hijas, y denunciamos rápidamente cualquier situación de retraso que no acabamos de entender.
Sin embargo, no pasa lo mismo con el aprendizaje de la convivencia. Nuestros hijos e hijas pueden terminar la etapa de Primaria, e incluso toda la etapa obligatoria, sin haber aprendido a relacionarse consigo mismo o con otras personas, sin saber gestionar de manera pacífica los conflictos, sin haber aprendido a trabajar de manera cooperativa, con dificultades para practicar una comunicación asertiva y no violenta…, sin que los padres o madres prestemos una mínima atención a esta situación y exijamos lo mismo que podemos reclamar respecto de los considerados aprendizajes académicos. ¿Por qué es posible esta situación?
Son muchas las personas expertas que señalan que aprender a convivir es uno de los aprendizajes fundamentales en la sociedad del siglo XXI. Vivimos en una sociedad caracterizada por la globalización, por la influencia sistemática global de todas las cosas que tienen lugar en cualquier parte del mundo, por el desplazamiento de muchas personas y la relación con personas muy diferentes… Sin embargo, estas situaciones apenas nos preocupan e inquietan. J. Delors señalaba en su informe a la UNESCO sobre las orientaciones que debe tener la educación en el siglo XXI que, junto a aprender conocimientos, aprender a convivir era otro de los aprendizajes básicos y fundamentales.
Por experiencia, hoy día es posible aprender muchas cosas que no se pudieron adquirir en la edad escolar, ya que los conocimientos están a disposición de todo el mundo a través de los medios digitales. Sin embargo, el aprendizaje de la convivencia positiva no puede llevarse a cabo de esta forma, necesita empezar a adquirirse desde las etapas iniciales de educación obligatoria, poniendo unas buenas bases para la construcción de las competencias, habilidades y valores necesarios para una convivencia positiva y pacífica.
Todos los niños y niñas pasan inevitablemente por la escuela y sus diversos tramos educativos, permaneciendo en la misma un mínimo de trece años o más. No es posible dejar pasar esta oportunidad y descuidar esta faceta del aprendizaje que, además, no sólo no es incompatible con un buen aprendizaje académico, sino que en muchas ocasiones es una condición imprescindible para el mismo. Nadie empieza a construir un edificio de quince pisos sin tener previamente unos planos detallados de lo que quiere hacer, un estudio de las características del terreno, de los materiales y su resistencia, etc. Algo parecido sucede, o debe suceder, con el trabajo de la convivencia: no puede dejarse a la improvisación. Los maestros y maestras, el profesorado en general planificamos y programamos nuestras materias y asignaturas, concretando los objetivos que queremos conseguir, las acciones que se deben llevar a cabo y la forma en que vamos a evaluar el éxito de nuestra tarea.
Algo parecido debe plantearse respecto del trabajo de la convivencia. Es necesario programar y planificar su desarrollo, señalando objetivos realistas, las acciones que se van a poner en marcha y la evaluación de las mismas. Todo ello recogido en el Plan de Convivencia del centro, documento clave para trabajar la convivencia a lo largo de toda la etapa de permanencia en el centro.
Hay varias cosas que se consideran muy importantes y que, necesariamente, deben ser incluidas en este Plan:
- Aprender a gestionar de forma pacífica los conflictos, ya que es una realidad que les va a acompañar y va a estar presente a lo largo de toda su vida. ¿Cuándo y cómo preparamos a nuestros hijos e hijas para esta tarea imprescindible?
- Descubrir la importancia y sentido de las normas, elemento necesario para una buena convivencia. No toda norma contribuye a reforzar la convivencia positiva. Las normas deben ser inclusivas, sin dejar a nadie fuera del grupo, y participativas, hechas con la opinión y decisión de todas as personas afectadas. Y lo mismo debería decirse de las medidas previstas para los casos de incumplimiento de las mismas.
- Trabajar la Inteligencia Interpersonal, desarrollando sus cuatro elementos: aprender a pensar (piensa más… y acertarás), la inteligencia emocional, las habilidades sociales y los valores éticos. Y, dentro de ellas, de manera especial, trabajando lo relativo a las emociones, clave en estos años de formación y desarrollo de nuestros hijos e hijas.
Cada uno de estos apartados daría para otro artículo, sin poder apenas profundizar en el mismo. Tiempo habrá para volver sobre ello. De momento, no olvidemos que aprender a convivir es un aprendizaje básico y fundamental, a la misma altura y compatible con el aprendizaje de los tradicionales contenidos académicos. No dejemos pasar esta oportunidad.