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11 Foto FAPA RiojaEduardo Rojas Rodríguez
Presidente de FAPA-Rioja (Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de La Rioja)

Aparecía hace unas semanas un titular que se hacía eco de un hecho que no es nuevo, puesto que llevamos décadas en la misma situación, pero que a nosotros nos parece tremendamente preocupante. La noticia era que, de cuarenta y nueve centros educativos de La Rioja llamados a renovar sus directivas, treinta de ellos no presentaban candidatos a director.

Este dato es, a todas luces, un porcentaje excesivo. Pero, como hemos dicho anteriormente, no es novedad. Estamos acostumbrados a que esta sea una circunstancia habitual y no nos alarme, pero… ¿es esto normal o es síntoma de una patología de nuestro sistema educativo que no queremos diagnosticar? Desde nuestro punto de vista, este asunto es un aviso de que es tiempo de empezar a cambiar las cosas. Analicémoslo un poco.

¿Por qué alguien, un profesor o profesora, querría, o no, ser director o directora de un colegio o un instituto? En la mayoría de profesiones se supone que subir en el escalafón profesional es un aspecto positivo. No imaginamos a muchos obreros negándose a ser capataces, ni a muchos médicos negándose a ser jefes de especialidad, ni a muchos oficinistas negándose a ocupar responsabilidades directivas. Algunos habrá, pero seguro que en grupos de más de diez personas, casi seguro que sale alguien dispuesto. Y en colegios con claustros de más de cincuenta personas, ¿a nadie le interesa ser director o directora?

Cuando se habla con los profesionales de la docencia empezamos a descubrir algunas razones para esta actitud. Dicen: “no se paga lo suficiente”, “hay que estar muchas más horas en el colegio”, “la burocracia que implica es terrible”, “hay que dejar de dar clases”, “se tienen las manos atadas para promover cambios o mejoras”, “la responsabilidad es enorme, los conflictos son continuos” “hay que enfrentarse a llas familias”,  “la Administración aprieta por un lado, los compañeros por el otro”, “la convivencia del alumnado cada vez es peor”, “se necesita más personal en la labor directiva”, etc.

Como contrapartida consideramos que también ofrece algunos beneficios para quien asume la dirección de un centro: “un aumento de salario”, “acumulación de puntos para conseguir traslados”, “reducción de horas lectivas”, “mandar en vez de ser mandado”, pero poco más.

Bueno, pues visto lo visto, y despreciando a los profesores que se meten a directivos porque les gusta mandar (que los hay), a los que no quieren dar clase (que los hay) y a los que lo hacen sólo por acumular puntos de traslado (que los hay también), entendemos muy bien la poca inquietud por la acción directiva por parte de los profesores. Pero aun entendiéndola, debemos combatirla. Todas las razones para no ser director o directora nos parecen lógicas y se podrían resumir en una: “El director no se siente arropado, es un trabajo difícil e ingrato”. No se siente apoyado por los compañeros, ni por la Administración, ni por las familias. La diferencia monetaria del puesto, que debe haberla, no creemos que sea ni la causa ni la solución al problema, lo que creemos nosotros es que debe haber un cambio en el paradigma del trabajo de director que lo conduzca a ser una responsabilidad mucho más gratificante para quien la ejerza.

Hablemos claro. El trabajo de director es distinto que el de profesor o profesora y cualquiera que se quiera enfrentar a dicho puesto tiene que saberlo. El trabajo de director es el trabajo de un gestor, mejor aún, de un capitán. Un capitán capaz de motivar y movilizar a un grupo de profesionales en un entorno social complejo. Con esto no estamos diciendo que el director tenga que ser un gestor externo, no. El director tiene que ser un profesor, un muy buen profesor, capaz de entender la dificultad de su oficio y capaz de dirigir y motivar al resto de profesores. Una persona que organice el centro en torno a una dirección educativa determinada. Tiene que ser un equipo directivo el que decida qué proyecto educativo tiene que llevar ese centro y convencer al claustro, a las familias y a la administración para que le apoyen en ese camino. Lo demás es secundario.

Los trabajos burocráticos deben desaparecer de las ocupaciones directivas, si hay que crear la figura de secretario técnico, se deberá crear. Al profesorado se le debe convencer para creer en el proyecto educativo del centro, y si no fuera así, facilitarle el traslado a otro centro. A las familias hay que atraerlas a la participación en la vida del colegio. Y a la Administración hay que exigirle todos los medios, materiales y humanos, para que ese centro funcione. Esas son las funciones que un buen director o directora deberá cumplir en la escuela del siglo XXI, esa escuela en la que quepamos todos y contribuya a hacer un país cada vez mejor.