Pedro Mª Uruñuela Nájera
urunajp@telefonica.net
Preocupados y alarmados por los sucesos que han tenido lugar en los últimos meses, relativos a los casos de acoso hacia alumnos y alumnas que han terminado quitándose la vida, se piden acciones contundentes e inmediatas para cortar de raíz estos problemas de convivencia. Pero, llevados por un razonamiento puramente emocional en el peor momento del proceso de conflicto, olvidamos en numerosas ocasiones el marco general, el fondo en que debe trabajarse la prevención y el abordaje del acoso entre iguales, el marco de la convivencia positiva.
Por supuesto, es necesario tomar medidas radicales y de forma urgente. Pero hay que preguntarse también por los objetivos de las mismas, los “para qué” de dichas decisiones, y dirigirlas hacia un trabajo continuado y permanente, hacia el desarrollo de una convivencia en positivo. Pero, ¿a qué nos referimos al hablar de convivencia positiva, de convivencia en positivo? El presente artículo pretende dar respuesta a esta pregunta.
Todas las personas tenemos una idea propia de lo que es la convivencia. A esta definición más o menos concreta hemos llegado a través de múltiples experiencias, de la acumulación de vivencias positivas y negativas, de la reflexión sobre las mismas. También, desde múltiples lecturas, charlas, conversaciones que nos trasladaban lo que en nuestro ambiente familiar y social se entendía como una buena convivencia.
“Entendemos la convivencia positiva como aquella que se construye día a día con el establecimiento de unas relaciones consigo mismo, con las demás personas y con el entorno (organismos, asociaciones, entidades, instituciones…) fundamentadas en la dignidad humana, en la paz positiva y en el respeto a los Derechos Humanos”.
Muchas de estas definiciones pueden ser coincidentes y complementarias; otras pueden poner de manifiesto diferencias y matices significativos. Lo importante es buscar la complementariedad y llegar, entre todos y todas, a una definición común, una definición compartida que exprese lo que todo el grupo estima que es la convivencia.Para ello se puede partir de tres definiciones diferentes que aportan elementos necesarios y útiles para entender lo que es la convivencia pero que, a su vez, muestran aspectos insuficientes que necesitan ser complementados con otras dimensiones para poder abarcar completamente la realidad compleja de la convivencia.
En una primera aproximación, la convivencia puede definirse como “compartir con personas diferentes espacios, tiempos, experiencias, vivencias, objetivos …”. Desde esta definición, convivir es, sobre todo compartir, es decir, no guardar para uno solo determinadas cosas, experiencias, sentimientos, etc., sino abrirlos, ponerlos a disposición de otras personas y disfrutar conjuntamente de ellos. En definitiva, pasar del “esto es mío” al “esto es nuestro”.
Son muchas las cosas que se pueden compartir y, así, podemos disfrutar conjuntamente de espacios, de tiempos, de materiales, de expectativas, de aspiraciones, de objetivos, de sucesos y de acontecimientos. En los centros escolares se percibe claramente este significado de convivencia. En ellos, distintos alumnos y alumnas, junto con sus profesores/as y padres/madres, comparten espacios (aulas, patio, pasillo, laboratorios, gimnasio…), tiempos (cursos escolares, horarios diarios, enseñanzas impartidas en las clases…), materiales (instalaciones, instrumentos comunes, didácticos…), expectativas y aspiraciones (desde aprobar el curso y las distintas materias hasta llegar a realizar estudios superiores u otros estudios), sucesos y acontecimientos (todo lo que tiene lugar en el día a día, sucesos alegres o luctuosos…).
Sin embargo, una mirada más profunda muestra aspectos insuficientes de esta definición. Hay muchas maneras de compartir y legítimamente podemos preguntarnos si todas ellas se pueden considerar que son convivencia. Así, por ejemplo, padres y madres que vivan en grandes ciudades, pueden compartir todas las mañanas las dificultades que viven para llegar a su trabajo: el atasco que no se mueve y que nos hace llegar tarde, el autobús que se ha retrasado, etc. ¿realmente a estas experiencias se les puede considerar una forma de convivir?
Y es que, en estas situaciones, lo que se echa en falta es la interrelación, la interacción entre las personas. Se forma grupo esperando al autobús, pero da igual quiénes son las personas que esperan, se podrían cambiar por otras diferentes y la situación seguiría siendo la misma.
¿Qué criterio mínimo de calidad habría que establecer para poder hablar de convivencia y no de coexistencia o de un mero compartir? La convivencia se basa, en primer lugar en una interrelación que, además, tiene que tener una entidad, una riqueza. Convivir es mucho más que coexistir y, por tanto, convivir es compartir, pero con determinado nivel de calidad, de riqueza. Si no es así, se podrá hablar de otra cosa, pero no de convivencia.
“La convivencia es un proceso continuo, que exige un mantenimiento permanente ya que, si nos descuidamos o lo abandonamos, puede venirse abajo rápidamente, haciendo muy difícil su recuperación.”
Una segunda definición de convivencia nos dice que convivir es “comportarse conforme una serie de pautas que faciliten la aceptación y el respeto del otro como persona, asumiendo que las diferencias de ambos nos enriquecen mutuamente”. Esta definición pone el acento en dos aspectos fundamentales: las diferencias que enriquecen y la aceptación y respeto de personas que son diferentes.
Y es que la buena convivencia considera que las diferencias que se dan entre las personas, lejos de ser un factor problemático y entorpecedor de la convivencia son un factor que enriquece a todas las personas. Las diferencias hacen que nuestra perspectiva personal se abra, se agrande, se fije en otros detalles desconocidos y que, de esta forma, se enriquezca nuestra visión del mundo y de las personas. ¡Qué triste y aburrido sería el mundo si todas las personas se comportaran de la misma forma, pensaran del mismo modo, tuvieran los mismos gustos…!
“Para gustos están los colores”, dice la sabiduría popular. Pero la historia nos muestra cómo, en muchísimas ocasiones, el diferente ha sido excluido, marginado y rechazado, y que la tendencia mayoritaria ha sido considerar nuestros a los iguales, a los que piensan como nosotros. ¿Qué está pasando ahora con los inmigrantes o con los que tienen otra religión y otra manera de entender la vida?
El segundo elemento de la definición pone el acento en el respeto y la tolerancia, en la aceptación del otro tal y como es, valorando la legitimidad que le asiste para ser y vivir de esa manera. No se trata solamente de ‘tolerar’ que viva de un determinado modo, se trata de aceptarle con todas las consecuencias, sabedores de que cada persona busca la felicidad y decide su propio proyecto de vida de la forma que más le convence y de que nadie tiene toda la verdad acerca de lo bueno y lo malo.
Respeto y tolerancia son dos actitudes fundamentales para la convivencia. Pero, ¿es suficiente esta definición? ¿Cualquier diferencia debe ser aceptada y considerada como positiva siempre y en todo lugar? Si se reflexiona sobre determinados comportamientos, como la violencia sobre la mujer, o prácticas culturales como la ablación de clítoris en mujeres africanas, se comprobará fácilmente la necesidad de establecer unos criterios, unos límites que marquen la frontera entre lo aceptable o lo rechazable.
La dignidad de la persona humana y el respeto a los derechos humanos deben ser los criterios que marquen los límites de la aceptación de determinados comportamientos diferentes. Las conductas que atentan contra la dignidad de la persona y la falta de respeto a los derechos humanos muestran los límites que no se pueden traspasar a la hora de aceptar, respetar y considerar las diferencias como un factor de enriquecimiento en la convivencia.
“La convivencia en positivo parte de una “actitud proactiva”, tomando la iniciativa en los temas de convivencia, marcándose objetivos para el futuro, convencidos de que, aunque no existieran determinados problemas de quiebra de la convivencia, seguiría teniendo sentido trabajar por su desarrollo, ya que implica la adquisición de unas actitudes, habilidades y valores imprescindibles para la vida en sociedad.”
Una tercera definición nos la proporciona la profesora Rosario Ortega que nos dice que “En el centro educativo, la convivencia se entiende como el entramado de relaciones interpersonales que se dan entre todos los miembros de la comunidad educativa, y en el que se configuran procesos de comunicación, sentimientos, valores, actitudes, roles, status y poder”.
En esta definición, el acento se pone en las relaciones interpersonales, verdadero núcleo de la convivencia. Numerosos autores, especialmente médicos y psicólogos, señalan la importancia que tienen las relaciones personales para la felicidad de las personas, estableciendo una relación directa entre la calidad de las relaciones y el nivel de felicidad.
Sin embargo, algo aparentemente tan sencillo como la relación interpersonal es algo muy complejo, ya que en dicha relación intervienen procesos que no son sencillos ni simples: una buena comunicación, la adecuada expresión de los sentimientos, actitudes positivas, valores éticos, etc. De ahí la necesidad de cuidar todos estos elementos y de trabajarlos adecuadamente. De la complejidad inherente a las relaciones interpersonales se deduce la necesidad de planificar el aprendizaje de la convivencia. Nadie nace sabiendo cómo convivir, es necesario aprender a comunicarnos adecuadamente, a ser emocionalmente inteligentes, etc.; esto no puede dejarse a la improvisación, debe ser planificado adecuadamente dentro del proceso educativo.
Teniendo en cuenta todas estas reflexiones, se propone la siguiente definición de convivencia en positivo: “Entendemos la convivencia positiva como aquella que se construye día a día con el establecimiento de unas relaciones consigo mismo, con las demás personas y con el entorno (organismos, asociaciones, entidades, instituciones…) fundamentadas en la dignidad humana, en la paz positiva y en el respeto a los Derechos Humanos”.
Son varios los puntos que merece la pena destacar en esta definición. En primer lugar, la convivencia no es un estado, es un proceso que hay que ir construyendo día a día. No es algo que, una vez conseguido, nos despreocupamos y ya no necesita nada más. Por el contrario, es un proceso continuo, que exige un mantenimiento permanente ya que, si nos descuidamos o lo abandonamos, puede venirse abajo rápidamente, haciendo muy difícil su recuperación.
En segundo lugar, recupera la importancia de las relaciones como elemento fundamental de la convivencia ampliándolas a tres ámbitos de la vida.
•Consigo mismo: la convivencia empieza estableciendo una buena relación con uno mismo. Esto implica conocerse a fondo, valorarse en lo bueno que se tiene, aceptarse como uno es y practicar la autoestima. Difícilmente podremos relacionarnos con otras personas si, previamente, no hemos logrado una buena relación con nosotros mismos.
•Con las demás personas: núcleo tradicional de la convivencia, ésta consiste en una buena relación con personas diferentes. Ello implica crecer con los demás, compartir y construir significados, progresar conjuntamente, participar, respetar, querer. Ya Aristóteles nos decía que somos personas en cuanto que somos capaces de vivir con los demás.
•Con el entorno: es decir, con los organismos, asociaciones, entidades e instituciones de la sociedad. O, lo que es lo mismo, a través de la apertura y el compromiso con la sociedad en la que vivimos. Sin esta dimensión, la convivencia quedaría reducida a pura amistad, a interrelaciones con determinadas personas y grupos de amigos, lo que limitaría claramente la calidad de la convivencia.
En tercer lugar, en la definición se subrayan los tres criterios que delimitan la calidad que debe tener la convivencia;
•La dignidad de la persona: todo hombre o mujer, por el hecho de haber nacido, posee una cualidad que le sitúa por encima de todas las cosas materiales y que exige su respeto por encima de todas ellas. Como señalaban los ilustrados, aceptar la dignidad de la persona humana significa que ésta nunca puede ser considerada o utilizada como un medio para conseguir fines particulares; por el contrario, siempre debe ser considerada como un fin, rechazando cualquier forma de instrumentalización. Igualmente, significa que la persona tiene valor, pero no tiene precio.
•La paz positiva: no basta la ausencia de violencia manifiesta. También debe erradicarse la violencia oculta, cultural o estructural que hace posible la aparición de la violencia visible. Se trata de una paz que surge y se basa en la justicia.
•Los Derechos Humanos: código moral que concreta y expresa lo que es la dignidad humana; constituyen el mínimo moral común a todas las personas y son aplicables también a los niños y niñas ya que ser menores de edad no significa que no sean titulares de los derechos inherentes a toda persona. Trabajar y organizar la convivencia en todos los niveles, incluido el centro educativo, desde la perspectiva de los Derechos Humanos es una de las tareas más importantes a llevar a cabo en el trabajo de la convivencia.
“Para construir una convivencia positiva no basta con eliminar la violencia visible, hay que trabajar por la eliminación también de la violencia estructural y de la violencia cultural, para así llegar a una situación de justicia y paz.”
Aplicando estos tres criterios de calidad, quedan resueltas las dudas y limitaciones que presentaban otras definiciones de convivencia. Pero es preciso llamar la atención sobre el uso de una palabra que siempre acompaña a nuestra definición de convivencia: la convivencia positiva, la convivencia en positivo, la paz positiva. Con ello se quiere llamar la atención sobre determinadas definiciones de la convivencia que se consideran insuficientes y reduccionistas, limitando o haciendo equivalentes convivencia y disciplina. Acuciados a veces por los problemas diarios de los centros, son muchos los que reclaman el desarrollo de un mayor control de los alumnos, el refuerzo de las sanciones, la imposición de normas más duras.
Estos planteamientos reciben el nombre de “planteamientos reactivos”, ya que ‘reaccionan’ a lo que está sucediendo, van por detrás de los acontecimientos, miran más hacia el pasado que hacia el futuro. Por el contrario, la convivencia en positivo parte de una “actitud proactiva”, tomando la iniciativa en los temas de convivencia, marcándose objetivos para el futuro, convencidos de que, aunque no existieran determinados problemas de quiebra de la convivencia, seguiría teniendo sentido trabajar por su desarrollo, ya que implica la adquisición de unas actitudes, habilidades y valores imprescindibles para la vida en sociedad.
Por otro lado, la convivencia en positivo alude también a la necesidad de construir una convivencia basada en la paz y en la eliminación de toda forma de violencia. Para construir una convivencia positiva no basta con eliminar la violencia visible, hay que trabajar por la eliminación también de la violencia estructural y de la violencia cultural, para así llegar a una situación de justicia y paz.
Queda así definida lo que es la convivencia positiva, marco necesario e imprescindible para todas las actuaciones que se planteen, incluidas las referentes a la prevención y erradicación de las conductas de acoso entre iguales. Algo de lo que tratarán el resto de artículos de este monográfico.