Álvaro Bilbao Bilbao
¿Que pueden tener que ver una chuchería con el cerebro de nuestros hijos e hijas?
Equipos de investigación de todo el mundo llevan décadas realizando descubrimientos acerca del cerebro con una enorme aplicabilidad práctica para todos aquellos padres y madres que quieran aprovecharlos. Gracias a estos estudios sabemos que la música de Mozart no tiene efectos duraderos sobre la inteligencia, que una exposición prolongada a los videojuegos puede alterar regiones cerebrales relacionadas con la concentración o que los padres y madres que gritan cuando están frustrados tienen hijos e hijas que también utilizan el enfado y la agresividad para afrontar situaciones de estrés.
La neurociencia es generosa en este sentido. No sólo nos explica aquellas situaciones o actitudes poco beneficiosas para el desarrollo cerebral del niño sino que también ofrece soluciones prácticas para todos aquellos padres que quieren ayudar a sus hijos e hijas a desarrollar todo su potencial.
Como en otros ámbitos del conocimiento, la ciencia tiene entre sus fines mejorar la vida de las personas y en el caso de los descubrimientos relacionados con el cerebro del niño ofrece una auténtica guía práctica para ayudar a padres e hijos a crear una relación más plena y satisfactoria.
Lejos de ser un tema árido o inaccesible la neurociencia explicada a los padres resulta sencilla y fascinante a la mayoría de ellos. Conocer unas nociones básicas acerca del cerebro del niño puede ser tan sencillo como entender que una de las estructuras más importantes en el desarrollo cerebral es aquella que se sitúa justo encima de la órbita de los ojos, en la región que tocamos con la mano para saber si el niño tiene fiebre. En la década de 1960 un investigador de la Universidad de Standford llamado Walter Mischel decidió estudiar como de importante era esta región en el desarrollo intelectual y emocional del niño. Ya que está parte frontal del cerebro ejerce principalmente funciones de autocontrol, decidió plantear a niños y niñas entre 3 y 6 años de edad un experimento algo maquiavélico. Uno a uno, sentó a cada niño en una mesa en la que había un plato con una chuchería.
Les dijo que podían comérsela si querían, pero que si esperaban 15 minutos les daría dos chucherías en lugar de una. Los niños debían aguantar las ganas de devorar la golosina por ellos mismos, si querían la recompensa, ya que el investigador les dejó solos en la sala y grabó lo que ocurría a continuación. En seguida quedó patente que esperar un poquito era algo realmente difícil para niños y niñas de esas edades. Algunos se balanceadan de un lado a otro y otros hacia delante como una mecedora dando muestras de la emoción que estaban intentando contener. Hubo niños que se tapaban los ojos y otros que se metían la mano en la boca intentando ejercer autocontrol.
Finalmente sólo unos pocos niños y niñas consiguieron aguantar los 15 minutos necesarios para recibir la recompensa. Lo interesante del estudio no fue el hecho de comprobar lo difícil que para un niño es ejercer autocontrol.
“La ciencia tiene entre sus fines mejorar la vida de las personas y en el caso de los descubrimientos relacionados con el cerebro del niño ofrece una auténtica guía práctica para ayudar a padres e hijos a crear una relación más plena y satisfactoria.”
Posiblemente el dato más relevante se encontró casi dos décadas después. 18 años después de realizarse el experimento los investigadores llamaron a los padres de esos mismos niños y niñas y les hicieron preguntas acerca de sus estudios y su desempeño profesional y social. Sorprendentemente para los examinadores la cantidad exacta de minutos que cada niño o niña había aguantado sin comerse el caramelo predecía con precisión la nota que ese niño o niña sacaría varios años más tarde en la selectividad, y también otros aspectos de desempeño intelectual y emocional como su nivel de integración social o satisfacción personal. Los padres cuyos hijos e hijas habían sido capaces de tolerar la frustración durante más tiempo también refirieron que la relación con ellos era mejor.
Es solo una investigación, pero gracias a ella, a cualquier padre o madre le puede quedar clara la importancia de poner límites y de ayudar a sus hijos e hijas a aprender a tolerar la frustración. Sabemos que los padres que conocen algunas ideas básicas acerca de cómo funciona el cerebro de sus hijos e hijas toman mejores decisiones en su crianza y educación. Estos padres se ahorran los sinsabores que provocan los errores más comunes en la educación de sus hijos e hijas. Saben motivarles y ponerles límites sin dramas. Emplean menos tiempo en regañar o castigar y saben jugar y conversar con sus hijos e hijas de una manera que promueve un desarrollo intelectual y emocional pleno.
En un tiempo en que los debates educativos y las posturas de los propios padres y madres a veces se van a los extremos, conocer algunos datos reales acerca de cómo funciona y se desarrolla la mente infantil es una ayuda inestimable para padres en su difícil labor de ayudar al niño o niña a tener un desarrollo equilibrado. Porque frente a teorías subjetivas y modelos extremos la neurociencia nos dice que el cerebro no funciona ni como algunos creen ni como otros quisieran que funcione sino que simplemente funciona como funciona. Por eso educar con el cerebro en mente es tremendamente útil en nuestra labor de ayudar a nuestros hijos e hijas a adquirir destrezas que les permitan conseguir sus metas en la vida y actitudes que les permitan sentirse bien con ellos mismos y con el mundo que les rodea.
Para saber más: Bilbao Bilbao, A. (2015), “El Cerebro del niño explicado a los padres” www.elcerebrodelniño.com